lunes, 12 de junio de 2017

Silencio con olor a menta

Mi casa siempre la he asemejado con un lugar muerto, vacío, sin vida, si estabas horas seguidas allí, al final te acostumbrabas al silencio que reinaba. Muchas veces me daba la sensación de que en el momento que abriese la boca para emitir cualquier sonido, estaría rompiendo algo muy valioso, profanando algo sagrado.
Siempre he vivido con mis padres, aunque en mi caso vivir con ellos, significa dormir bajo el mismo techo. Durante los 19 largos años que he vivido con ellos, la mayoría de los buenos recuerdos que tengo los he ido olvidando poco a poco. Ya no recuerdo como suena la voz de mi padre, ni como era la risa de mi madre, ni siquiera sé cómo es mi voz.
No fue siempre así, todo tan…tranquilo y sereno. Hubo un tiempo en el que mi casa estaba más viva y habitada. Por raro que parezca, había voces, nuestras voces mejor dicho. Y por imposible que parezca, también había risas, llantos y de vez en cuando gritos. Cuando pienso sobre ello, ya no sé cuántos años han pasado desde entonces.
No soporto el ruido, por mínimo que sea, desde pequeña, cuando solía pasar horas y horas sola en casa, jugando a ver quién aguantaba más sin hacer ruido, si la puerta de mi habitación cuando era empujada por la corriente, o el ruido del aire metiéndose en mis pulmones para respirar. Cuando llegaban mis padres a casa, sentía miedo durante un par de minutos, temiendo que el ruido de las llaves al posarse sobre la mesa del salón no cesase, o que el ruido de las suelas contra el suelo fuera en aumento, pero a los pocos minutos volvía a reinar el silencio.
Muchas veces, me asomo fuera de mi habitación para comprobar que mis padres están en casa, pero ellos respetan el silencio que tanto me costó conseguir. Tienen miedo de romperlo, se nota en cómo se mueven, intentando que los pliegues de la ropa no se rocen entre ellos haciendo ese sonido tan áspero y desagradable.
Nunca he tenido novio, ni un mejor amigo o amiga, no he encontrado a alguien que me entienda sin la necesidad de intercambiar palabras. De todas las personas con las que he intentado entablar una amistad, ninguna de ellas sabia ser discreta, todos ellos hablan rápido, alto y no se callan. Siempre he sido víctima de burlas, de malas miradas, he sido ignorada, pero eso nunca me ha importado, no merece la pena perder el tiempo para dedicarse a decirle nada
La gente enseguida se asusta cuando ven a alguien que pueda ser diferente, que sea peculiar y misterioso. Tienen miedo a que las cosas vayan a cambiar y las cosas no van a ser como siempre. Y recurren a la mentira para dañar y alejar a las personas de ti por miedo a que ellas también cambien.
A la mayoría de la gente le incomoda el silencio, no soportan estar acompañados de ellos mismos, estar consigo mismos y pensar sobre ellos. Usan cualquier distracción para evitar los silencios, escuchan música, canturrean ritmos básicos, lo que sea con tal de no escuchar sus pensamientos.
A mí el silencio me aleja de todo lo que tengo a mi alrededor, me deja conocerme mejor, saber más de mi misma, y me tranquiliza, en cambio las personas ruidosas son más tendientes a ser impacientes, nerviosas e incluso violentas.
No saben que es estar horas sin oír el más breve murmullo, no saben identificar un tipo de silencio, si después de haber pasado un par de minutos en un cuarto encerrada, puedo parecer que hay silencio, pero si agudizas el oído, te das cuenta de que hay ruidos y murmullos, casi imperceptibles, pero los hay, el sonido del polvo posándose sobre el suelo, el sonido de las paredes de la habitación soportando el peso del techo, sé que puede parecer una locura, puede que tanto silencio me haya trastocado, pero la verdad es que ya me he acostumbrado.
Odio cuando llueve, es algo que no puedo remediar, no es como el antiguo reloj del pasillo, al que le quite la manecillas y las cadenas, tampoco es como las cañerías del agua por las que pasaba el agua, las que tuve que arrancar de las paredes, no, la lluvia me irrita porque no puede hacer que no choque contra las ventanas y las gotas repiqueteen en el techo, no puedo silenciar las gotas que caen en los charcos que se acumulan en las tejas rotas, pero sobre todo odio cuando llueve por el viento. El viento es tan desconsiderado, tan…violento e impotente. Cuando se cuela por las pequeñas grietas del cristal de las ventanas, parece que alguien está gritando, más bien “algo” está gritando, esos alaridos tan terribles y llenos de dolor,
Odio el viento como un gato odia el agua, el viento hace que las hordas de moscas de mi casa se enerven y vuelen haciendo vibrar sus malditas alas. Esos malditos insectos se aprovechan de todos mis esfuerzos por mantener la calma, por no ser respetuosos. Sobrevuelan alrededor de mis pequeños trofeos que guarda con tanto afecto. Pero sobre todo, odio al viento, porque hace que las vigas crujan, haciendo que las sogas que tienen atadas se muevan, y odio cuando eso pasa, porque los quebrados cuellos de mis padres hacen ruidos crepitantes, y sus cuerpos se empiezan a mover hacia delante y hacia atrás, rozando los taburetes caídos que tienen debajo.

Hoy no hay viento, por lo que hoy podré dormir a gusto. Cuando voy hacia la cocina a por acondicionador, veo que una de las moscas se ha posado sobre una de las lenguas cortadas que observo antes de ir a dormir. La espanto, retomo mi camino y escojo uno que huele a menta.

jueves, 2 de junio de 2016

BELLEZA MUERTA


Aquí estoy de pie mirando a mi difunta mujer; observando las curvas perfectas de su rostro, mirando su largo cuello, frio y quieto como el mármol. Una perla de agua cae sobre sus labios, le cae lentamente por su barbilla.
La campana de la iglesia suena, están cerrándola conmigo dentro. Estoy un poco asustado, no por la oscuridad, sino por estar con mi mujer a solas. No hay ruido, solo el de la lluvia, me vuelvo a quedar mirándola, absorto.
Empieza a hacer frio, mucho frio; se me ocurre una idea, cuidadosamente me meto en el ataúd y me abrazo a mi mujer, quedándome dormido.
Me despierto sudoroso y angustiado, cuando me doy cuenta de donde estoy, me tranquilizo al tocar su sedoso pelo. No me importa morir asfixiado, solo quiero estar con ella.
Intento salir del ataúd para estirarme un poco, peo no cede por mucho que empuje y patalee; me doy cuenta que nos han enterrado y entonces me pongo a llorar.
Me abrazo más fuerte a ella, sigue conservando su aroma embriagador y, por un momento me siento feliz. Morir junto a mi mujer.

sábado, 11 de julio de 2015

Venganza

Me levanto lentamete del sillón mohoso, intentando no marearme. Dejo la botella de whiski sobre la mesa e intento avanzar unos pasos, de repente me viene un dolor de cabeza y me caigo al suelo. Y empiezo a llorar y a gemir.
       -Mi mujer ha muerto, mi mujer ha muerto, me repito mentalmente.
Aquella radiante mujer, con su brillantes ojos color miel, su pelo negro azabache cayendo sobre sus delicados hombros. Aquella mujer que te susurraba las palabras más hermosas al oído y te derretías al instante; Ella, había muerto, me la habían arrebatado, como cuando a un niño se le quita un simple caramelo.
Cuando me enteré de la noticia, mi vista se nublo y empecé a ver rojo, luego negro y luego mi vida no tenía ningún sentido, si ella no estaba. Me sentía solo y vacío, tenía en mente quitarme la vida, lo tenía planeado para esta noche, aquí en el salón. Beber y beber hasta que se me parara el corazón. Entonces la vi..., si,... aunque parezca una locura la pude ver. Y allí estaba, de pie enfrente mío, igual que siempre, hermosa. Iba con el traje de nuestra boda, parecía un ángel caído. Y me habló, aunque no entendía ni una sola palabra por culpa de mi embriaguez, sabía lo que tenía que hacer. Haría pagar al bastardo que me había arrebatado a mi mujer.
Cogí mi pistola, y salí en busca de aquel miserable  y por un momento, me sentí feliz.
Cuando llegue, y le apunte con mi arma, el no paraba de gemir y llorar, pero ninguna palabra salía de su maldita boca, le grite que se callara, pero el grito con más fuerza aun, y entonces furioso, apreté el gatillo, no una, sino varias veces. Los disparos resonaron en mi cabeza, pero no era un ruido molesto, era un sonido de gloria, había vencido, el asesino había muerto.

Es una pena que no hubiese podido hablar, al menos para decir sus últimas palabras, pero como lo iba a hacer, había nacido hacía tan solo un par de horas.

lunes, 6 de julio de 2015

Lagrimas en el infierno

El hombre caminaba lentamente, sin rumbo, solamente caminaba. La niebla se iba disipando poco a poco permitiéndole ver una pequeña gruta debajo de aquel gigantesco monte, al que no se le veía la cima.
Cuando estuvo a  cinco metros de la entrada, un olor a podredumbre, carne fétida y chamuscada, y entonces oyó la voz susurrante por cada rincón de su ser.
 
    -Bienvenido, dijo la potente voz.
 
Entonces asustado, el hombre le pregunto con voz temblorosa
 
    - ¿Quién eres?.
    - Tu sabes muy  bien quién  soy.

Y el hombre empezó a llorar y a gemir y con la voz quebradiza le hizo la siguiente pregunta

    - No lo entiendo, no entiendo porque estoy aquí. ¿Por qué , si yo fui una persona que nunca le hizo mal a nadie?

Después de varios minutos la voz contestó con voz tranquila y serena.
 
    - ¿Qué esperabas?.

El hombre al borde dela histeria, mientras se secaba las lagrimas, empezo a reflexionar. Y por fin habló.
 
   - La mayor jugada que hiciste a la humanidad fue hacerles creer que tu no existías, que eras parte de un cuento de hadas.
   - No, le corrige la Voz. La mayor jugada que le hice a la raza humana fue hacerles hacerles pensar que tenían alternativa.

Entonces el hombre comienza de nuevo a llorar y a gemir desesperadamente.
    -Tu eres el diablo, afirma con rudeza el hombre.
    -No, le vuelve a corregir la Voz

    -Yo soy Dios

domingo, 5 de julio de 2015

Ken

La cocina huele mal, como a comida en mal estado. No hay luz. La cerveza me salpica un poco la barbilla cuando doy un trago, restriego mis botas por el suelo para quitarme los excrementos que he pisado al salir al jardín; mis pantalones están manchados de sangre formando una especie de costra. Del sótano, llega un rugido que me hace temblar durante unos segundos, algo sacado de una pesadilla.
-¡Deja de gritar Ken!
Y doy un golpe a la puerta del sótano con mi escopeta. Lily nunca quiso tener armas en casa.
Los rugidos paran durante un instante, pero vuelven con más violencia, con la urgencia de vomitar
Como un torrente de palabras malsonantes y maldiciones salen de mi boca. ¡Al diablo todo esto! Podría disparar contra la puerta, o apoyar la escopeta bajo mi barbilla, y disparar con el maldito pie y acabar de una maldita vez con todo.
-¿Eso te gustaría eh? le grito a la puerta
No hay porque que perder la cabeza, la luz de los vecinos está encendida.
Cuando mi hijo Ken llego por primera vez a casa, todo cubierto de sangre  y con esa mirada perdida, temblando de pies a cabeza, casi me desmaye. Un padre no debería ver así a su hijo. Llamo en la noche, con los nudillos, como solía hacerlo cuando vivía con nosotros. Había aparcado el camión frente a la puerta del garaje. Era más de media noche. Dije:
-Maldita sea, Ken, que...
-He hecho algo terrible, papa, lo siento... No pude pararlo...Estoy metido en un lio papa
Le hice entrar en casa y mire antes de cerrar la puerta. Los malditos vecinos no perdonan una oportunidad de chismorrear. Bien lo sabía cuándo lo de Lily, cundo se le cayó el pelo por esa porquería que la daban para el cáncer.
Senté a Ken y le di un vaso de agua. Temblaba sin parar, así que le puse una manta por encima. Estaba pálido y mucho más delgado que la última vez que vino a visitarme.
Ken solo conseguía balbucear.
-Me la he comido... me la he comido, papa...
Un rugido hace que el dedo se me escape del gatillo.
-¡Cállate maldita sea! ¡Te ayudare pero tienes que poner de tu parte!
Me levanto y me sirvo otro vaso. La escopeta asida, como si fuese parte de mi brazo. Al final yo tenía razón, Lily; un arma en casa hace falta
Ken me conto llorando que se había comido a una chica con la que se había enamorado en la universidad. Me conto que estaban en su casa y empezaron a hacer las cosas que hacen los jóvenes, ¡maldita sea! Un chico de la edad de Ken tiene derecho a esas cosas: Tiene estudios, paga su alquiler y es un buen chico, deportista y creyente. La chica debía ser bonita. Ken comenzó a sollozar como un perro herido cuando me conto como había mordido a la chica, los gritos que ella pegaba. Le dijo que le hacía daño. Ken no pudo parar. Me agarro la mano y, mirándome a los ojos me prometió que no había podido parar. Arranco la carne de la muchacha desgarrando con los dientes, como lo haría un lobo. Y siguió hasta  que se le paro el corazón, hasta que había engullido bastante carne viva como para respirar.
Después tiro el cuerpo al rio y condujo una hora hasta aquí.
La luz de los vecinos lleva, más de dos horas encendida y son casi las tres de la mañana. Deben de haber escuchado ruidos y estarán cuchicheando, asomados a la ventana, escondidos entre las cortinas. A ver que secreto esconde su vecino
 Hacían lo mismo con Lily: cuando empezó lo del cáncer, dijeron que yo la pegaba. Que de las palizas que la daba, estaba siempre agotada, maltrecha, que había adelgazado y el pelo se le caía por la culpa del estrés. Dijeron de mí que era una bestia. Tuve que aguantar eso mientras mi mujer se moría. Cuando llego su muerte vinieron a mi casa a comerse mi comida.
Y a decirme que lo sentían. Malditos sean.
Convencí a Ken  para que volver a vivir aquí, para tener un ojo sobre él. La escopeta siempre cerca. ¡Maldición no podía disparar contra mi propio hijo, pero no podía hacer otra maldita cosa! Íbamos todas las noches al bar a beber algo, veíamos los partidos de béisbol en la tele, era agradable. Pero Ken  se volvió a escapar, volvió aquella noche otra vez empapado de sangre.
-No soy yo, papa…Es el devorador…No puedo pararlo cuando le entra hambre…
Y yo rezaba, rezaba todas las noches pidiéndole a Dios que ese demonio dejase en paz a mi hijo, pero Dios tenía cosas mejores que hacer.
Después de la tercera o cuarta vez, en el pueblo empezaron a sospechar. Las habladurías señalaban a un chico joven que se llevaba a las muchachas en su camioneta, a la puerta   de los bares o en los aparcamientos. Los rumores de que las chicas desaparecían se sumaron a varias desapariciones de muchachos de la edad de Ken. A veces, cuando llegaba el hambre, encerraba al chico en el sótano. Compre un par de cadenas y fundí un par de argollas para encadenarlo a la pared. Mientras  echaba los cerrojos me decía:
-me duelen papa… Están muy apretadas…
-TIENE QUE SER ASI, HIJO.
Me hacen daño, papa…
-El devorador es fuerte Ken. Tiene que ser así
Pero siempre conseguía escaparse.
Así que empecé a darle esas malditas pastillas para dormirlo.
Si los vecinos han escuchado todo, habrán llamado a la policía. Si la policía viene y se pone a registrar la casa encontraran montón de huesos de chicos y chicas jóvenes del pueblo. Si la  policía se encuentra a Ken lo encerraran. ¡Mi chico es un buen chico! Es ese devorador, ese demonio que lleva dentro y se come a la gente. ¡Mi hijo no se ha comido a nadie! Aprieto fuertemente la escopeta y doy una patada en la puerta del sótano.
¡Bastardo, suelta a mi chico!
 Esta noche Ken salto sobre mi cuello. Le estaba diciendo que teníamos que hacer algo con los huesos, que pronto se descubriría el pastel. Ken no dijo nada, solo salto. Tiro la mesa de la cocina y los platos con la cena fría cayeron al suelo. Eche mano de la escopeta y le golpee en la cara con la culata. Ken cayó rodando y  le empuje de una patada por las escaleras del sótano. Rodó por las escaleras y yo baje tras él. Ese condenado tenía fuerza: se puso de pie y me agarro la escopeta con ambas manos, haciéndome retroceder.
Un padre no debería verse obligado a pelearse con un hijo.
La escopeta se disparó y el devorador pareció asustarse. Aproveche para lanzarlo contra la pared y cerrar las argollas.
Y allí lleva desde entonces.
Encadenado
Los vecinos lo habrán oído todo y habrán llamado a la policía a sí que tengo que hacer algo.
Abro la puerta del sótano y le llamo.
-¿Ken? ¿Hijo?
Las escaleras crujen bajo mi peso, palpo la pared para no caerme. El disparo dio en el cuadro de luces. Enciendo el mechero y avanzo hacia la pared con la escopeta en la otra mano.
-¿Ken?
Y ahí le veo, sentado con la espalda apoyada contra la pared, empapado en sangre, con los brazos encadenados y despellejados hasta el hueso. La sangre gotea por sus extremidades al igual que en su boca.
-¿Hijo mío…?
No se mueve, no responde, no respira. La escopeta se me escurre de entre los dedos.
Los jirones de carne se confunden con el metal e las argollas. Trozos de piel desgarrada forman un círculo alrededor de mi hijo. El devorador tampoco responde.
-Te has comido a mi hijo…
Maldito bastardo.

Se ha comido a mi hijo.