Aquí estoy de pie mirando a mi
difunta mujer; observando las curvas perfectas de su rostro, mirando su largo
cuello, frio y quieto como el mármol. Una perla de agua cae sobre sus labios,
le cae lentamente por su barbilla.
La campana de la iglesia suena,
están cerrándola conmigo dentro. Estoy un poco asustado, no por la oscuridad,
sino por estar con mi mujer a solas. No hay ruido, solo el de la lluvia, me
vuelvo a quedar mirándola, absorto.
Empieza a hacer frio, mucho frio;
se me ocurre una idea, cuidadosamente me meto en el ataúd y me abrazo a mi
mujer, quedándome dormido.
Me despierto sudoroso y angustiado,
cuando me doy cuenta de donde estoy, me tranquilizo al tocar su sedoso pelo. No
me importa morir asfixiado, solo quiero estar con ella.
Intento salir del ataúd para
estirarme un poco, peo no cede por mucho que empuje y patalee; me doy cuenta
que nos han enterrado y entonces me pongo a llorar.
Me abrazo más fuerte a ella, sigue conservando su
aroma embriagador y, por un momento me siento feliz. Morir junto a mi mujer.