Mi casa siempre la he asemejado con un
lugar muerto, vacío, sin vida, si estabas horas seguidas allí, al final te
acostumbrabas al silencio que reinaba. Muchas veces me daba la sensación de que
en el momento que abriese la boca para emitir cualquier sonido, estaría
rompiendo algo muy valioso, profanando algo sagrado.
Siempre he vivido con mis padres, aunque
en mi caso vivir con ellos, significa dormir bajo el mismo techo. Durante los
19 largos años que he vivido con ellos, la mayoría de los buenos recuerdos que
tengo los he ido olvidando poco a poco. Ya no recuerdo como suena la voz de mi
padre, ni como era la risa de mi madre, ni siquiera sé cómo es mi voz.
No fue siempre así, todo
tan…tranquilo y sereno. Hubo un tiempo en el que mi casa estaba más viva y
habitada. Por raro que parezca, había voces, nuestras voces mejor dicho. Y por
imposible que parezca, también había risas, llantos y de vez en cuando gritos.
Cuando pienso sobre ello, ya no sé cuántos años han pasado desde entonces.
No soporto el ruido, por
mínimo que sea, desde pequeña, cuando solía pasar horas y horas sola en casa,
jugando a ver quién aguantaba más sin hacer ruido, si la puerta de mi
habitación cuando era empujada por la corriente, o el ruido del aire metiéndose
en mis pulmones para respirar. Cuando llegaban mis padres a casa, sentía miedo
durante un par de minutos, temiendo que el ruido de las llaves al posarse sobre
la mesa del salón no cesase, o que el ruido de las suelas contra el suelo fuera
en aumento, pero a los pocos minutos volvía a reinar el silencio.
Muchas veces, me asomo fuera
de mi habitación para comprobar que mis padres están en casa, pero ellos
respetan el silencio que tanto me costó conseguir. Tienen miedo de romperlo, se
nota en cómo se mueven, intentando que los pliegues de la ropa no se rocen
entre ellos haciendo ese sonido tan áspero y desagradable.
Nunca he tenido novio, ni un
mejor amigo o amiga, no he encontrado a alguien que me entienda sin la
necesidad de intercambiar palabras. De todas las personas con las que he
intentado entablar una amistad, ninguna de ellas sabia ser discreta, todos
ellos hablan rápido, alto y no se callan. Siempre he sido víctima de burlas, de
malas miradas, he sido ignorada, pero eso nunca me ha importado, no merece la
pena perder el tiempo para dedicarse a decirle nada
La gente enseguida se asusta
cuando ven a alguien que pueda ser diferente, que sea peculiar y misterioso.
Tienen miedo a que las cosas vayan a cambiar y las cosas no van a ser como
siempre. Y recurren a la mentira para dañar y alejar a las personas de ti por
miedo a que ellas también cambien.
A la mayoría de la gente le
incomoda el silencio, no soportan estar acompañados de ellos mismos, estar
consigo mismos y pensar sobre ellos. Usan cualquier distracción para evitar los
silencios, escuchan música, canturrean ritmos básicos, lo que sea con tal de no
escuchar sus pensamientos.
A mí el silencio me aleja de
todo lo que tengo a mi alrededor, me deja conocerme mejor, saber más de mi
misma, y me tranquiliza, en cambio las personas ruidosas son más tendientes a
ser impacientes, nerviosas e incluso violentas.
No saben que es estar horas
sin oír el más breve murmullo, no saben identificar un tipo de silencio, si
después de haber pasado un par de minutos en un cuarto encerrada, puedo parecer
que hay silencio, pero si agudizas el oído, te das cuenta de que hay ruidos y
murmullos, casi imperceptibles, pero los hay, el sonido del polvo posándose
sobre el suelo, el sonido de las paredes de la habitación soportando el peso
del techo, sé que puede parecer una locura, puede que tanto silencio me haya
trastocado, pero la verdad es que ya me he acostumbrado.
Odio cuando llueve, es algo
que no puedo remediar, no es como el antiguo reloj del pasillo, al que le quite
la manecillas y las cadenas, tampoco es como las cañerías del agua por las que
pasaba el agua, las que tuve que arrancar de las paredes, no, la lluvia me
irrita porque no puede hacer que no choque contra las ventanas y las gotas
repiqueteen en el techo, no puedo silenciar las gotas que caen en los charcos
que se acumulan en las tejas rotas, pero sobre todo odio cuando llueve por el
viento. El viento es tan desconsiderado, tan…violento e impotente. Cuando se
cuela por las pequeñas grietas del cristal de las ventanas, parece que alguien está
gritando, más bien “algo” está gritando, esos alaridos tan terribles y llenos
de dolor,
Odio el viento como un gato
odia el agua, el viento hace que las hordas de moscas de mi casa se enerven y
vuelen haciendo vibrar sus malditas alas. Esos malditos insectos se aprovechan
de todos mis esfuerzos por mantener la calma, por no ser respetuosos.
Sobrevuelan alrededor de mis pequeños trofeos que guarda con tanto afecto. Pero
sobre todo, odio al viento, porque hace que las vigas crujan, haciendo que las
sogas que tienen atadas se muevan, y odio cuando eso pasa, porque los quebrados
cuellos de mis padres hacen ruidos crepitantes, y sus cuerpos se empiezan a
mover hacia delante y hacia atrás, rozando los taburetes caídos que tienen
debajo.
Hoy no hay viento, por lo que
hoy podré dormir a gusto. Cuando voy hacia la cocina a por acondicionador, veo
que una de las moscas se ha posado sobre una de las lenguas cortadas que
observo antes de ir a dormir. La espanto, retomo mi camino y escojo uno que huele a menta.